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Palabras Mayores es una encrucijada de culpables. Más allá del río Aguado, hay un pueblo hoy sumergido: Aguado también. La campana está hundida desde que construyeron la presa, pero todavía retumba entre barrancos negros. La oyen los muertos y los vivos, por debajo y por encima de las vaporosas aguas del pantano. No todos los personajes se quedaron en ese viejo cementerio anegado; los hay que llevan su culpa muy viva, en lo más hondo del corazón. Ningún aguadeño es santo, ni aunque esté tallado en palo. Todos ellos parecen personas corrientes, pero disfrutan montando controversias con si esto tiene este nombre o este otro y acaban mandando al diablo a quien no le llame al pan «pan» y, al vino, «vino». En los viñedos de Cerro Caracol, la necesidad de hablar con propiedad tiene denominación de origen. Por defender semejante tesoro, matarían al malhablado. En Aguado hay personajes de todas las calañas; ases, a su manera, en envenenar las cosas; pero, desde el listillo hasta el tonto del pueblo, todos se dejan la vida en buscar la expresión precisa. En cuanto abras el libro, te harán el mapa de ese territorio hundido y ya no habrá modo de cerrarles la boca. No se callarán ni debajo del agua. Antes o después, la verdad que cada uno escondía saldrá a flote. ¿Y qué decir del modo en que se expresa su mala conciencia? ¡Eso sí que son Palabras mayores!